domingo, 19 de junio de 2016

Crónica del 26 de junio de 2002-

El día que soltaron los perros*

Por Mariano Pacheco

Las balas aturden a la tarde, buscan invadir de silencio/el clamor de voces que cantan rebeldía

Manuel Suárez, “Mano con mano”

“La noche avanza sobre el día, pálida y agónica/La única eternidad que se escucha es el silencio/De los muertos es la quietud de  la muerte/De los vivos la desesperación de la vida”

Vicente Zito Lema, “Agonías in memoriam de Darío y Maxi”


I
El miércoles 26 de junio de 2002 el sol salió temprano. Soplaban vientos leves y la temperatura era de las más bajas del año. Así y todo, alrededor de las 10 de la mañana, la mayoría de los integrantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Almirante Brown se encontraban en el playón de la estación de trenes de Claypole. Varios vecinos provenientes de las barriadas 2 de abril (Rafael Calzada), Cerrito y Don Orione (Claypole), esperaban ansiosos que llegaran sus pares del barrio de Ypona (Glew), para quienes el viaje se tornaba más largo que en otras ocasiones: la decisión era no arribar a la estación de Avellaneda con el “vía Temperley”, sino dar toda la vuelta, con el “vía Quilmes” (al que en la zona llamaban La Chanchita, diferenciándolo así del otro, El Eléctrico).
Por aumento general del salario y una duplicación de 150 a 300 pesos en el monto de los subsidios para los desocupados; alimentos para los comedores populares; mejoras en salud y educación; desprocesamiento de los luchadores populares y en solidaridad con la fábrica ceramista Zanón, de Neuquén –la que corría el peligro de ser desalojada luego de haber sido recuperada por sus trabajadores–, los movimientos de desocupados –por entonces denominado “duros”– se proponían levantar barricadas en los puentes de acceso a la Capital Federal.
El ya mencionado 26 de junio de 2002 fue un día en que las mujeres y hombres “piqueteros” se dispusieron a resistir: a la política económica que con la devaluación pulverizaba salarios; a la oleada creciente de autoritarismo estatal y represión parapolicial. Estaban dispuestos a no aflojar ante las amenazas lanzadas desde el gobierno del entonces presidente Eduardo Duhalde: “prohibir los cortes de ruta”.
Desde José C. Paz, La Plata, Guernica, San Francisco Solano, Lanús, Florencio Varela, Quilmes y Esteban Echeverría, las banderas de los distintos grupos que integraban la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, partían hacia Avellaneda. Los del MTD de Allen, por su parte, se dirigieron hacia el Puente que separa las provincias de Río Negro y Neuquén.
Allí estaban, marchando hacia el Puente Pueyrredón, Darío Santillán (Darío, o El Cabezón), Maximiliano Kosteki (Maxi), Pablo Solana (El Pelado Pablo), Florencia Vespignani (Flor), Nélida Jara (Neka), Alberto Spagnolo (El Cura), Griselda Cugliati (Grillo), Daniela Castellano (Dani), Sergio Nikanof (El Gordo Nika), Marta (La Tota), Mariano Pacheco (Mariano), César Benítez (El Pelado César), Juan Cruz Daffunchio (Lucas), Juan Pablo Nocelli (Gaby), Mariana (La Negrita), Nicolás Lista (El Viejo), Ángel, Marcial, Olga, Orlando, Yolanda, Oscar, Mirta, Gerardo, Nancy, Oscar (Taiwan), Carlos… y tant@s otr@s  decenas de activistas que aparecerán una y otra vez a lo largo de estas páginas, entremezclados con las miles de personas (la mayoría anónimas) que se movilizaban por aquellos días.
Aquel miércoles 26 de junio de 2002 el ánimo estaba caldeado, la predisposición al enfrentamiento, ante la dificultad de desplegar el corte sobre Puente Pueyrredón, se hacía evidente entre muchos de los presentes; sobre todo entre los más jóvenes. Otro sector, como suele suceder, se replegaba. Así había sucedido durante toda la semana previa: ante cada declaración del gobierno, mayor voluntad de batallar por parte de un importante sector de los movimientos. Entre los muchachos dispuestos a resistir se encontraban Darío y Maxi, jóvenes de 21 y 25 años. ¿Se conocían? No. No todavía.

II 


En el playón de Claypole, como siempre lo hacían antes de partir a una medida de  lucha,  los desocupados de La Verón realizaron una asamblea para repasar los objetivos de la jornada y los criterios de seguridad; para darse fuerzas colectivamente. En aquella oportunidad, además, debían darse un poco más de ánimo, ya que la situación se preveía difícil.
Pocas voces se alzaron aquel complicado día. Una de ellas fue la de Mariano, uno de los “referentes”[1] del movimiento. Dijo que no podían permitirse que el miedo se les impusiera, ya que ese era el objetivo del gobierno: evitar que se bloquearan los puentes y accesos a la Capital Federal; forma de lucha que ya en otras situaciones difíciles les había permitido “torcer el brazo del gobierno”, y conquistar las reivindicaciones por las que habían movilizado.
Aunque algunos tengamos hoy, tal vez, que volver con el lomo apaleado, remató, antes de gritar ¡Aníbal Verón!, con todas sus fuerzas. ¡Presente! respondieron casi todos. Luego, cuando gritó más fuerte: ¡Ahora!, nuevamente se escucharon las voces diciendo: ¡Y siempre! Mi voz, recordará más tarde Mariano, ya no era mi voz, sino que se confundía con la del resto. ¡Dónde nos vemos compañeros!, exclamó finalmente; frase que no pronunció como pregunta, ya que todos, absolutamente todos, sabían y compartían la respuesta: ¡En la lucha! Ahí empezaron los cánticos: Piqueteros carajo, gritó Mariano. Piqueteros carajo, gritaron todos. Piqueteros carajo… canción típica ya, que solía acompañar la mencionada arenga.
 Cuando Mariano gritó Aníbal Verón y todos respondieron Presente, ninguno se imaginó que tan solo unas horas mas tarde estarían gritando Presente… luego de nombrar a uno de sus compañeros.

III 


El viaje en tren se tornó tenso. En cada parada, más y más piqueteros subían rumbo a la estación Avellaneda. Al llegar a Quilmes, el tren estaba tan lleno que ya no entraba nadie. Abajo, sobre los andenes, Marcial –del MTD de La Cañada–, toca la quena sin parar. “El soplo del aire convertido en viento o soplo del viento convertido en alma –como describen nuestros ancestros el sonido de la quena– nos envolvía con su melodía entremezclándose con nosotr@s formando parte de la concentración dispuestos a enfrentar y dar pelea por nuestros reclamos”.[2] Los muchachos y las chicas de seguridad conversan, arriba del tren, repasan paso a paso el plan de un posible repliegue, ante la eventualidad de que la represión avance sobre las columnas. Un grupo de Indymedia Argentina[3] filma todo: los gestos, los movimientos de las manos, los labios temblorosos de las conversaciones que cada tanto, sólo cada tanto, se intercalan con algunas sonrisas.
 Al llegar a la estación notaron que un  helicóptero sobrevolaba a escasos metros de altura. Hoy se viene complicado, comentó Mariano a Rafael, uno de los compañeros de la CTD de La Plata. Ante tamaña intimidación, el muchacho sólo atinó a responder: parece que sí. Bajaron las escaleras y al pasar el hall de la estación, se ubicaron sobre la avenida Pavón. El de Almirante Brown era uno de los últimos movimientos en ubicarse en la columna. Por eso varios muchachos corrieron para adelante, para ver que sucedía. “Estamos muy atrás”, dijo el Pelado César. Mariano asintió con la cabeza y ambos comienzan a correr hacia la cabecera de la columna. Había rumores de que no los dejaban pasar, pero desde ahí no veían nada.
 Eran las 11.30, 11.40 del ya mencionado 26 de junio. La movilización hacia Puente Pueyrredón se ponía en marcha. Recién entonces la Agencia de Noticias Red-Acción (ANRED) lanzó el primero de una larga seguidilla de comunicados: “Urgente-Las columnas se están movilizando”. La cabeza informativa denuncia: “El gobierno prefiere reprimir a escuchar los legítimos reclamos. Se han detectado tropas de infantería y carros hidrantes bajo el Puente Pueyrredón. La CTD Aníbal Verón cortará ese acceso dentro del plan de lucha coordinado. Si el dólar continúa subiendo se pulverizará el poco valor que les queda a los 150 Lecop”.
Devaluación-represión. Palabras clave durante aquellos días. Sobre todo para estos movimientos, integrados por los sectores más postergados de la población; esos que durante años se vieron expuestos a una situación calamitosa, que algunos hasta llegaron a denominar “genocidio social”. Así y todo, desde el poder se pretendía que no expresaran públicamente su situación. Se les quiso privar de su derecho a la protesta; arrancándole esa herramienta, el piquete, con la cual el conjunto de la sociedad argentina tuvo que toparse cuando los desesperados, por fin, dijeron BASTA.
 Fue ésta una de las razones por las que el mencionado comunicado también denunciaba:  “Las amenazas y los despliegues de las últimas horas son una clara coacción hacia nuestras organizaciones y la ciudadanía en general, amedrentando nuestros derechos constitucionales de petición, es decir del estado de derecho, ante la grave emergencia social en la cual nos encontramos miles de ciudadanos argentinos, cuando en realidad deberían estar preocupados por los reclamos que el pueblo hoy manifiesta”.

 IV


Al llegar a la base del puente, quienes marchaban por Pavón pudieron ver a los del Bloque Piquetero Nacional (BPN) y Barrios de Pie, llegando por avenida Mitre. Adelante estaban todos los dirigentes: Néstor Pitrola, del Polo Obrero (PO); Roberto Martino, del Movimiento Teresa Rodríguez (MTR); Beto Ibarra, del Movimiento Territorial de Liberación (MTL); Jorge Huevo Cevallos, del Movimiento Barrios de Pie...
 Si bien la CTD Aníbal Verón nunca armaba cordones con dirigentes, como lo hacía el BPN, por ejemplo, era común que los referentes no marcharan en la columna de los movimientos distritales, sino adelante, en la cabecera, junto a la bandera principal. Cuestión que desmiente las primeras versiones que tanto la policía como el gobierno difundieron por los medios masivos de comunicación: que las fuerzas del orden, a diferencias de otras oportunidades, no tenían con quien dialogar.
 A las 12 horas del mencionado 26 de junio, ANRED lanzó el segundo comunicado:  “Los Movimientos de Trabajadores Desocupados enrolados en la Coordinadora Aníbal Verón resolvimos coordinar el corte de los accesos a la Capital Federal junto con el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD), el BPN y Barrios de Pie. Los cortes están comenzando y se ubican en los Puentes Uriburu, Vélez Sarsfield, La Noria, Saavedra, Nicolás Avellaneda y Pueyrredón”.
 “Nos estamos acercando mucho”, dice Gaby, del MTD de Florencio Varela. Mariano responde que no, que no pasa nada, que está todo controlado. No lo sabe, pero en cuestión de segundos todo estará fuera de control. Gaby hace un gesto que puede verse a través de su capucha. Hay algo que no le cierra. Tal vez precaución, quién sabe.
Cuando las columnas que marchaban por ambas avenidas quisieron confluir, ahí, en ese momento absurdo, todo comenzó. Esperen a que nos acomodemos bien, gritó Grillo, una de las chicas que en ese momento, cumplía un rol de seguridad dentro de la columna de La Verón. Es que “las doñas” estaban a punto de sacar los termos y los mates, algunas de ellas hasta las sillitas que solían llevar a las movilizaciones. Esperen compañeras, insistió. Y las doñas, esas que habían sido las primeras en dar batalla en las barriadas, miraron como nunca lo habían hecho antes. Tenían miedo: más que el que habían sentido cuando en las asambleas barriales, algunos de los referentes plantearon que las personas de mayor edad se quedaran, que el horno no estaba para bollos y que la cosa, esta vez, venía jodida en serio. Tenían miedo y, paradójicamente, no era por ellas sino por sus hijos, sus hijas, jóvenes, adolescentes que se encontraban en ese momento a punto de lanzar la primera piedra. Porque entre el “esperen” y el “compañeras”, empezaron las corridas, los balazos de goma, los gases lacrimógenos. Un cordón policial se había interpuesto entre las miles de personas que integraban ambas columnas. El Pelado César abrió su mochila y sacó unas cuantas piedras que había recolectado en el camino, desde la estación al puente. Mariano corrió para atrás unos breves metros, hasta donde estaban sus compañeras y compañeros de la seguridad del movimiento. “Vamos, cumpas”, gritó, “que están reprimiendo”. La Tota lo miró desconcertada. Era ella la había estado participando en las reuniones previas, en las que cada movimiento asumió un rol organizativo dentro del esquema de emergencia. El esquema estaba previsto en caso de que se desatara la represión. Unos enfrentarían la primera línea policial que intentara avanzar. Otros, se quedarían atrás, garantizando la retaguardia, tratando de impedir que la fila policial, apostada a la altura del Viejo Puente Pueyrredón, encajonara a la columna. Ésa era la tarea que le tocaba desempeñar al MTD de Almirante Brown. Por eso, cuando Mariano llegó agitado, gritando que avanzaran, las caras de los muchachos y las chicas fue de puro desconcierto. Todos,  vacilaron... Entre aquella orden y la quietud de La Tota, que con sus escasos 20 años coordinaba la seguridad del movimiento, había una contradicción. “Vamos cumpas”, gritó La Tota, mientras comenzaba a correr hacia delante. Se escucharon entonces unos ruidos tremendos, gritos... Todos comenzaron a sentir una profunda desesperación.
 Desesperación, eso sintió Yamila cuando creyó que se desmayaba y no podía respirar. La represión policial se había desatado, avanzaba ferozmente: a su paso nada quedaba en pie. Por unos instantes, el efecto de los gases se mantuvo flotando sobre el aire. Yamila no podía correr. No podía gritar. No sabía que hacer. Creía que se había congelado: estaba clavada en el suelo. Un muchacho que corría a su lado cayó en el asfalto, luego de que una ráfaga impactara en su pierna derecha. Una inmensa bocanada de aire negro se apoderó del cielo: a escasos metros ardía un colectivo. Decenas de jóvenes continuaban ofreciendo resistencia.
 En esos momentos de desconcierto, sin embargo, un fotógrafo profano de La Plata tuvo la capacidad de captar aquello que el fotógrafo francés Henry Cartier Bressón denominó alguna vez como “el instante decisivo”. Podemos verlos: Kosteki y Santillán –quienes no se conocían– de espaldas a la cámara, de frente a la represión policial. Maxi viste una campera militar de color verde. Tiene puesta una gorra negra, con visera. Una bufanda del mismo color le cubre el rostro. Darío, con una gorra blanca de lana, también se cubre el rostro con una bufanda negra. Lleva una campera de cuero y unos jeans gastados. Juntos, como los otros, corren. Como tantos, a su vez, tiran piedras a las embravecidas fuerzas del orden que avanzan con furia sobre ellos. Algunos sacan sus gomeras; otros simplemente corren a toda velocidad. Tras ellos, una partida policial deseosa de detenerlos no deja de pisarles los talones.


 V


Corrían, esquivando balas que, a esa altura, sospechaban ya, no eran de goma. O no simplemente (uno de ellos era Sebastián Conti, Seba, del barrio 2 de Abril, del MTD de Almirante Brown, quien minutos después será herido gravemente, cerca del supermercado Carrefour. Seba corre, dolorido, un poco fatigado, asfixiado). 
Pasaron fugazmente el Viejo Puente –donde se encontraba apostada la Prefectura–, doblaron por Pavón y siguieron corriendo. Una chica, aterrada, paralizada, lloraba en un costado de la avenida. Vamos cumpa, le gritó uno de los muchachos que pasó a su lado. Yamila logró entonces reaccionar, desclavarse del suelo y comenzar a correr, como todos los demás. Algunos continuaban arrojando piedras, los palos con los que se cierran las columnas...carteles publicitarios, bolsas de basura; todo lo que encontraban al alcance de sus manos, intentando frenar lo que días después, hasta el propio presidente Duhalde tuvo que calificar públicamente como “una verdadera cacería”.
 “Las organizaciones intentaban marcar la calle con una valla de cuerpos y delimitar un territorio, lejano al corte del Puente Pueyrredón, pero con el mismo sentido: hacer en la ordenación social un lugar para la afirmación del derecho a una vida digna. La retirada ordenada da cuenta de un poder político, de un lazo que no se deja romper sin ofrecer resistencia, ni aun en los peores momentos. Pero así como el corte no fue tolerado y se impidió la transformación del puente en un territorio de lucha de los piqueteros por medio de su ocupación policial, tampoco se toleró una retirada organizada. Podemos decir, que el territorio de la organización mismo, en el que una muchedumbre de desocupados con sus familias se constituye en ´movimiento piquetero´, fue un objetivo de la represión”. [4]
 “Ofrecer resistencia”, eso hacían los muchachos y las chicas de los movimientos. Impedir que los lazos solidarios se resquebrajaran, que los más temerosos se paralizaran, que los más arrojados perdieran la serenidad, que la represión desarticulara “el cuerpo político de la movilización en una multiplicidad de cuerpos individuales”, como bien señala Gómez.
 A las 12.50 horas del mencionado 26 de junio, los manifestantes que se replegaron por avenida Pavón y llegaron a la Estación de Avellaneda. Entre ellos Mariano, quien pasó por la vereda, pero no entró: en esos escasos segundos, en los que casi no se puede pensar, se le cruzó por la cabeza que, si cortaban el servicio de los trenes, serían fácilmente detenidos en los andenes, donde no tendrían lugar para correr. Por eso siguió a un grupo que, delante de él, continuaba corriendo por la Avenida. Otro de los muchachos que pasaron frente a la estación era Darío Santillán. Por alguna razón, nunca sabremos cual, volvió al lugar... y entró.


*Primer capítulo del libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El colectivo, 2010, reedición 2016), de Mariano Pacheco.



[1] La cuestión de los referentes se retoma en el apartado “Reflexiones IV: Notas sobre las bases, la militancia”.
[2] Olga, “El himno de la Verón…”, en 400 Golpes y Cría Cuervos (Comp.), Yo, habiendo creado y resistido, habiendo puesto el cuerpo, fui asesinado por las fuerzas de seguridad del Estado Argentino y vivo en cada lucha. Darío y Maxi, somos nosotros, El aura del sauce, Buenos Aires, 2009.
[3] Algunas de esas imágenes fueron utilizadas en el video PIQUETE, Puente Pueyrredón, realizado por este grupo en julio de 2002 (Formato original: Mini DV, Digital 8, VHS-C/color). Duración: '35 minutos.
[4] Gómez, Joaquín, “Represión y Justicia en la masacre de Avellaneda”, en www.prensadefrente.org.

1 comentario:

  1. Hola Mariano. Me gustaría utilizar este excelente relato descriptivo sobre el 26 de junio para el colegio Avellaneda. Si me permitís lo copio y lo difundo. Desde ya citando la fuente.
    Gracias.

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