sábado, 9 de abril de 2016

Alta gracia en la palabra de sus escritores

En su 428 aniversario

Invitados por el promotor cultural Adolfo Barrera, una docena de escritoras y escritores locales nos reunimos ayer por la noche en la Librería y Espacio Cultural Hora Libre, para terminar el 428 aniversario de Alta Gracia leyendo textos y conversando sobre la ciudad del tajamar.

Por Mariano Pacheco
(@PachecoenMarcha)



Una botella de vino, unos vasos de gaseosa. La nostalgia de algunos, la sorpresa de otros. Poemas, relatos y viñetas sobre la ciudad cabecera del departamento de Santa maría. O el Valle de Paravachasca, como le dicen otros a este extenso rincón de la geografía cordobesa.


Jóvenes y no tanto, nacidos y criados y recién llegados. Al fin y al cabo: ¿cuál es el parámetro para definir un escritor “local”? ¿Qué hace que alguien diga “Soy”…? ¿Es el lugar de nacimiento? ¿La dirección que figura en el Documento Nacional de Identidad? ¿El lugar que cada quien eligió para vivir (sea o no sea el sitio en donde nació, o se crió, o ambas cosas a la vez)?


Algunas de estas cuestiones aparecieron en los textos leídos, en las reflexiones y comentarios compartidos, en un clima de camaradería que contrastaba con el frío y la llovizna de afuera. “La patria es la infancia”, recordó alguien, citando una emblemática frase del escritor santafecino que construyó toda su obra (centrada en Rincón, un pequeño y alejado sitio santafecino), desde su estancia en París. Y rápidamente se le agregó: “y también la patria es el lugar que uno elige para vivir”.


¿Cómo definir un escritor? “Escritor es quien escribe. No hay una cerrera o un título que se entregue y que otorgue tal estatuto”, sentenció alguien por ahí. Y remató: “es cuestión de animarse, para que los sueños no queden rezagados”. En la ronda no faltó la mirada de género, de boca de alguna mujer que rescató escritoras, como Beatriz Guido, e instó a caminar y encontrar detalles olvidados, a descubrir las luces y sombras de una ciudad poblada de anécdotas. Como esa que ella misma recordó cuando llegó a estas tierras. Un cartel decía Altaria, porque unas letras se le habían caído. Altaria, recordó, es “altares” en latín. Desde ese juego de palabras, rescató los sitios en los que la ciudad pareciera construir sus altares para recibir a los devotos que deciden quedarse en ella, y habitarla. Los “caídos en la ciudad en búsqueda por encontrar su lugar en el mundo”.


Desde el realismo más crudo hasta los relatos que bordearon la ciencia ficción, pasando por poemas, los textos leídos invocaron no tanto las líneas geográficas existentes sino un trazo de esa ciudad que tal vez no existe en los mapas, pero es tan imaginada como deseada.
También los recuerdos, de quienes están por aquí desde que tienen uso de razón. Turistas sacándose fotografías; artesanos curtidos por el viento y por el sol; una estación de trenes devenida Registro Civil; las masas de crema o la caramelera de la Panadería La francesa; el Club Vélez o el cine Monumental; la pizzería La redonda; la caja registradora de la panadería Martínez; la heladería Bianchi; el bar de los Mineros; el buzón de la calle Mancilla o los árboles Los álamos que están quedan a un costado, tras el paso arrollador de los Eucaliptos; los murales, pintadas y grafitis que dan cuenta de una porción de la ciudadanía inquieta, que no se resigna a habitar el mundo tal cual está, y que puja para transformarlo, y contra la indiferencia de otros conciudadanos. Imágenes de Alta Gracia que solo son recuerdos, o que permanecen resistiendo contra el olvido. En fin, siluetas de las “altas gracias” de los buenos encuentros.

Una jornada tierna, que sin lugar a dudas ayudó a los presentes a pensar este rincón del mundo, y cómo habitarlo. “Donde uno está bien”, dijo alguien al finalizar, “allí está la patria”.



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