domingo, 14 de junio de 2015

“Notas sobre Guevara y la izquierda por venir”

Reflexiones X:

Del libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón. 
Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados



EN EL NATALICIO DEL CHE

I
La figura de Guevara ha funcionado como una suerte de aguja enhebradora de distintos  hilos generacionales. El Che articuló las experiencias de quienes comenzamos a militar en los 90 con quienes venían desde antes: de los 80, pero también de los 70, de los 60…
La movilización por los 20 años del golpe; los recitales de Daniel Viglietti y los actos por los 30 años de la caída del Comandante en Bolivia; los escraches de los HIJOS; las nuevas batallas que lentamente comenzaron a librarse en Argentina, y en otras latitudes, encontraron en  Guevara una cara a través de la cual poder dialogar. Marxistas en todas sus vertientes, peronistas revolucionarios, cristianos de la Teología de la Liberación y “piqueteros” a secas, sin experiencias de luchas previas, nos vimos interpelados, seguramente por distintas razones, por el ejemplo del Che.
En cuanto a “la izquierda por venir”, como la ha llamado Miguel Mazzeo, o “la Nueva Izquierda Autónoma”, como se la suele denominar, si hay algo aquí por destacar, es su carácter plural, su vocación múltiple y abierta. Porque como nos recuerdan los zapatistas, "muchos son los colores y los pensamientos”. Por tanto, “el mundo será alegre si todos los colores y todos los pensamientos tienen su lugar”.
La militancia autónoma, generacionalmente ubicada en el mundo pos-caída del Muro de Berlín, tuvo la capacidad de relacionar elementos antaño difíciles de conjugar. Puede combinar al Roby Santucho con John W. Cooke. La estrella federal y la de cinco puntas. Evita y el Che. Montoneros y el PRT. La resistencia peronista y Trotsky. José Carlos Mariátegui y Michel Foucault. Antonio Gramsci y Guilles Deleuze. Federico Nietzsche y Karl Marx. Los zapatistas y Lenin. El MST y Walter Benjamin…
Se permite leer a Leopoldo Lugones y a Roberto Arlt; a Rodolfo Walsh, Francisco Paco Urondo, Haroldo Conti, Juan Gelman, Leopoldo Marechal, pero también a Manuel Puig, Oliverio Girondo y Jorge Luis Borges. Raúl Scalabrini Ortiz y Yukio Mishima. Jauretche y Simone de Beauvoir. Hemingway y Osvaldo Soriano. La lista podría tornarse inabarcable de acuerdo a los gustos de cada quien. Interminable, si sumamos teatro, plástica y preferencias en cuanto a disciplinas sociales.
Una generación, decía, que se identifica con las historias breves del Nuevo Cine Argentino, pero que se deslumbra con el descubrimiento del Nuevo Cine Asiático. Lo propio y lo lejano. Lo pretérito y lo actual. Raúl Perrone y Kim-ki-duc. Leonardo Favio y Michelangelo Antonioni. Fernando Pino Solanas y Wong-Kar-Wai...
Por supuesto, escucha a Silvio Rodríguez, Víctor Jara y Violeta Parra, pero también se permite a Intoxicados. Viglietti y Babasónicos. Hermética y Larralde. Pugliese y Calamaro. Que transforma las canciones cantadas en recitales de La Renga en consignas políticas; y viceversa.
A propósito de la proliferación de la figura del Che por fuera de los ámbitos estrictamente políticos, queda claro que, en la última década, estuvo presente en recitales y canchas de fútbol cada vez con mayor frecuencia. Aunque también en la publicidad consumista que caracteriza nuestros días: remeras, buzos, parches, mochilas… ¡hasta calzoncillos del Che llegaron a fabricar! En ese sentido es que no estamos planteando gestar un nuevo ídolo. Más bien todo lo contrario. Aunque no está mal que algún adolescente se enfurezca con sus padres o profesores y se compre una remera del Che. O que los muchachos y las chicas rockers lo estampen en sus banderas para llevar a los recitales. O que alguno se deje la barba para seducir a una compañera de estudios. O que una chica se pegue un parche en la mochila para llamar la atención del “zurdito” simpático más cercano. Pero de ahí a transformarlo en un fetiche de la militancia, hay una distancia grande. Porque para la cultura rock, rebelde y contestaria en muchos casos, supone un rechazo, una impugnación del capitalismo por otros medios. Es decir, no los de la lucha política, la organización popular. Pero sí desde la reivindicación de la solidaridad, del trato entre pares. De la batalla contra el aislamiento y el individualismo promovida por la ideología sistémica. Y en esos casos, si promueve la rebeldía, ¡bienvenido el parche de Guevara!
Además, por qué negarlo, hay algo de todo eso también en el Che. Pensemos en sus borceguíes abiertos, con los cordones desatados, cuando era ministro. O en sus pantalones con un broche de colgar la ropa. Dos imágenes de quien se resiste a aceptar las normas. De un revolucionario en quien, también, persiste esa frescura de la insubordinación ante ciertas reglas, ciertas formalidades.

II
Veamos ahora las posibles aristas guevaristas a recuperar por parte de las organizaciones inscriptas en la nueva izquierda autónoma. Decimos aristas, porque hoy, evidentemente, sólo podemos rescatar para nosotros una parcialidad del comportamiento y las ideas del Che.
“La izquierda por venir concibe al campo popular como un bloque histórico... cuya fuerza y capacidad para la transformación social proviene de la autonomía”, escribe Miguel Mazzeo en El sueño de una cosa (introducción al Poder Popular). Y afirma: “la reivindicación de la autonomía, por su parte, obliga a pensar la construcción política en términos de articulación... concebida como estrategia. Se parte así de una certeza: ningún sector puede reivindicar hoy la capacidad de funcionar como centro o ‘foco’ (real o potencial) exclusivo”. Como vemos, no es precisamente la idea del foco irradiador de conciencia lo que más nos seduce de Guevara.
Sí, en cambio, su permanente atención por los problemas subjetivos y los valores. En este sentido, quisiera rescatar unas palabras que el teólogo brasileño Frei Betto escribió en octubre de 2007, unos cuantos años más adelante de la historia que estamos narrando.
 “Nos ha faltado destacar con más énfasis los valores morales, las emulaciones subjetivas, los anhelos espirituales”, dice en su Carta abierta al Che. Quizás allí radique el legado que más nos interesa de Guevara. La preocupación por las emulaciones subjetivas, la pasión y los anhelos espirituales. Tal vez podamos retomar, entonces, la apuesta literaria de  Marechal y trasladarla a estas líneas de reflexión sobre la práctica política. Aspirando a reunir con nosotros “un equipo bélico entrenado en la costumbre poética del coraje” como nos insta Megafón.
Porque, tal como escribió Esteban Rodríguez alguna vez, hablando de este tema: “Sin estímulos semejantes que intensifiquen la experiencia, el socialismo será una cuestión de iniciados, quiero decir, una práctica que atañe a especialistas que rozan el fundamentalismo. Se necesitan entonces distintas motivaciones emocionales que sustenten el cotidiano que comienza a levantarse entre acantilados. No se llega al socialismo de un plumazo, con sesiones de materialismo dialéctico puro. No se trata de convencer, sino de predicar con el ejemplo. Ésta es la cuestión. Contagiar con el ejemplo”.

Algo que Guevara nunca dejó de tener en cuenta. Dice en “Sobre la construcción del partido”: “Siempre quedan rezagados, y nuestra función no es la de liquidar a los rezagados, no es la de aplastarlos y obligarlos a que acaten a una vanguardia armada, sino la de educarlos, la de llevarlos adelante, la de hacer que nos sigan por nuestro ejemplo… el ejemplo de sus mejores compañeros, que lo están haciendo con entusiasmo, con fervor, con alegría día a día. El ejemplo, el buen ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros tenemos que contagiar con buenos ejemplos… demostrar de lo que somos capaces; demostrar de lo que es capaz una revolución cuando está en el poder, y cuando tiene fe”.
De algo muy parecido hablamos en el capítulo anterior, cuando vimos  la cotidianidad puesta en el centro de la cuestión por la izquierda autónoma. Tal vez debamos agregar que al hablar de “contagiar con el ejemplo” no nos estamos refiriendo a bajar línea, a decir lo que hay que hacer. Sino más bien a construir dinámicas colectivas. Hacerlo y punto. Compartir experiencias y saberes. No hablamos de “adoctrinar”. Mucho menos de imponer. Porque el militante, tal cual se lo entiende desde la izquierda autónoma, no es el portador de ninguna verdad. No tiene que inyectarle ninguna conciencia a nadie. Si tiene alguna idea (siempre tenemos alguna) le sirve más como parámetro que como modelo. Ideas que suelen funcionar más como hipótesis que como certeza cerrada. En ese sentido, la construcción política es más una apuesta incierta que una certeza teórica a verificar en la realidad.
Claro que para ciertas izquierdas la apertura a un campo de incertidumbres puede resultarles por demás peligroso. Sea porque puede conducirlos rápidamente a la desesperanza y la angustia, sea porque los lleva a un relativismo que termina en la inacción. De ahí la necesidad, ya sea de tener una línea clara, que suele ser estática. O bien de justificar el quietismo en la espera de una realidad que sorprenda, que desbarate “los planes trazados de antemano”. Para la izquierda por venir, digamos, hay una línea, pero que es lo más parecido a un sendero que se bifurca. Por eso nos hacemos eco de las palabras de Zaratustra, cuando dice: “‘Éste es mi camino, ¿dónde está el vuestro?’, así respondía yo a quienes me preguntaban por ‘el camino’. ¡El camino, en efecto, no existe!”.


III
Establezcamos, de una buena vez, una línea de diálogo con Guevara. Con algunas de sus preocupaciones, que son también las nuestras. Decíamos que una de las preguntas que se hizo el comandante fue la de los estímulos morales. Cómo contraponer un tipo diferente de subjetividad a la regla capitalista fundada en la materialidad y el interés. Tomemos algunos de sus textos. Qué debe ser un joven comunista, Sobre la construcción del partido y El socialismo y el hombre en Cuba. Tres textos clave del pensamiento guevariano.
Guevara es un marxista, se sabe. Pero también que su praxis excluye el dogmatismo. Huye de él como quien escapa de la peste. No anda, precisamente, con un manual soviético bajo el brazo. De ahí que tomemos sus palabras. Porque somos jóvenes, pero además, porque nos convocan a ser parte; a tomar partido. “Una juventud que no crea es una anomalía”, dice. “Actuar permanentemente preocupados de nuestros propios actos”. Hace hincapié en la capacidad de estar abierto, siempre, a las nuevas experiencias. Actuar, señala, con una “gran sensibilidad frente a la injusticia. Espíritu inconforme cada vez que surge algo que está mal, lo haya dicho quien lo haya dicho”. Queda claro, ¿no? No hay “intocables”. Mucho menos “incuestionables”. Por tanto, no usar sus palabras como cita de autoridad, es clave para pensar los problemas contemporáneos. Tomar sus palabras como “disparadores” (así suele decirse desde la Educación Popular).
Podemos encontrar en sus palabras a los jóvenes comunistas las mismas preocupaciones. “Se plantea a todo joven comunista ser esencialmente humano, ser tan humano que se acerque a lo mejor de lo humano, purificar lo mejor del hombre por medio del trabajo, del estudio, del ejercicio de la solidaridad continuada con el pueblo y con todos los pueblos del mundo, desarrollar al máximo la sensibilidad hasta sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y para sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad”. Construirnos a nosotros mismos como obras de arte, entendido desde esta perspectiva, no parece una idea tan alejada.
Crear las herramientas necesarias de acuerdo a las circunstancias. He ahí el quid de la cuestión. Porque, como señala el Che cuando se refiere a la construcción de un partido nuevo: “… ninguna construcción será igual; todas tendrán características peculiares…”. Algo similar a lo que dice en El socialismo y el hombre en Cuba: “La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día ese espíritu revolucionario… Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo…”.
Claro que Guevara habla y actúa en otro contexto. De todas maneras podemos tomar su llamado a los jóvenes por el papel significativo que juegan en la sociedad. Y hacernos eco, desde las nuevas generaciones que apostamos por un cambio social. Ya aclaramos, en otro capítulo, que la nueva generación no puede ser definida por su fecha de nacimiento, sino por una vocación colectiva de enfrentar determinadas problemáticas).

IV
Pasemos entonces a ver ahora la noción del hombre nuevo. A “problematizarla” un poco. Porque otra vez, la cuestión sacrificial estará de por medio. Por algo se asocia tanto la figura de Guevara a la de Jesús de Nazaret. “Ustedes, compañeros –dice a los jóvenes– deben ser la vanguardia. Los primeros en los sacrificios que la revolución demande, cualquiera sea la índole de esos sacrificios”. En el mismo sentido, el Che reflexiona sobre un chiste que ha escuchado en la Isla. Trabajar horas extras, los domingos trabajo voluntario, sacrificarse por su formación, por predicar con el ejemplo y, por último, estar dispuesto a dar, en cualquier momento, su vida por la revolución. Todo eso para ingresar al partido. Claro, el tipo al que le proponen eso responde que si ésa va a ser su vida en la revolución, encantado, dice, ¡entrega su vida! “¿Para qué la quiero?”.
Es raro, porque el Che toma ese comentario que escuchó. No se enoja, no mira para otro lado. No es un incondicional que sólo escucha lo que le conviene, lo que lo deja tranquilo. No. Tal vez también él se ríe. Sin embargo, saca sus conclusiones. Que son políticas, pero también morales. Había mucha moralina en la izquierda revolucionaria de entonces. Tal vez esa moralina persista aún hoy en muchas construcciones que apuestan por un cambio.
“Hay un contenido contrarevolucionario”, remarca Guevara. Porque el chiste no tiene en cuenta que el “revolucionario cabal” está dispuesto al sacrificio. Una nueva modalidad de sacrificio, insiste. Fresca, renovada, no impuesta. Pero…, no sé… Tal vez sea una cuestión generacional. De todas formas, ya en los 70 hubo tipos que insistieron en salirse de esas visiones. Un poco como veíamos en las Reflexiones IV. Deleuze y Guattari rescatando a Nietzsche. El propio Cortázar desconfiando de los “revolucionarias de caras largas”. Habría que hurgar un poco más en la figura de Camilo Cienfuegos. Aun en el propio Guevara están estas tensiones. Él trabaja de sol a sol, toda la semana y ríe, como vimos en sus fotografías. ¿Pero el resto? ¿También lleva una sonrisa en el rostro? ¿Cuánto tiempo pueden sostenerse esas posiciones sacrificiales? Insisto: la idea de prácticas pre-figurativas conspira contra toda esa perorata de padecer hoy para recolectar los frutos mañana. Tal vez debamos promocionar todo el tiempo las pasiones alegres, como forma de conjurar las pasiones tristes.
Veamos ahora unos pasajes de un relato de Omar Cabezas, La montaña es algo más que esa inmensa estepa verde, que van en la misma línea de lo que venimos diciendo, y que muestran un poco cómo esa concepción sacrificial marcó la perspectiva de la militancia latinoamericana.
Tello, uno de los jefes del Frente Sandinista de Liberación Nacional, se enfrenta a la tropa de insurgentes amotinada. Dicen que no pueden cargar una cantidad de alimentos. Están en alguna montaña perdida de Nicaragua. Tienen hambre, frío, cansancio. No desgano, porque están firmes en la lucha los muchachos. Sin embargo, él se enfurece, los insulta: “Son unas mujercitas… son unos maricas…”, les dice. Luego trata de persuadirlos, adoctrinarlos, y les da un discurso. Así lo narra el autor, uno de los comandantes del FSLN: “Compañeros”, dice, “ustedes han oído hablar del hombre nuevo… ¿Y ustedes saben dónde está el hombre nuevo…? El hombre nuevo está en el futuro, pues es el hombre que queremos formar con la nueva sociedad, cuando triunfe la revolución… ´no hermanos´, dice: ¿Saben dónde está? Está allá en el borde, en la punta del cerro que estamos subiendo… está allá, agárrenlo, encuéntrelo, búsquenlo, consíganlo. El hombre nuevo está más allá de donde está el hombre normal… más allá del cansancio de las piernas… del cansancio de los pulmones… más allá de la lluvia… de los zancudos… de la soledad. El hombre nuevo está ahí, en el plus-esfuerzo. Está ahí en donde el hombre normal empieza a dar más que el hombre normal. Donde el hombre empieza a dar más que el común de los hombres. Cuando el hombre comienza a olvidarse de su cansancio, a olvidarse de él, cuando se empieza a negar a él mismo… Ahí está el hombre nuevo. Entonces, si están cansados, si están rendidos, olvídense de eso, suban el cerro y cuando lleguen allí ustedes van a tener un pedacito del hombre nuevo. El hombre nuevo lo vamos a comenzar a forjar aquí. Aquí se empieza a formar el hombre nuevo, porque el Frente tiene que ser una organización de hombres nuevos que cuando triunfen puedan generar una sociedad de hombres nuevos… Así que si no son teorías y en realidad quieren ser hombres nuevos, alcáncelo…”.
Estamos de acuerdo, continúa Cabezas. Y cuenta que luego de eso, todos quisieron ser como el Che. Que se dieron cuenta de que el hombre nuevo se construye a costa de sacrificios y penalidades y que, mientras el hombre no se muera o caiga desmayado, siempre puede dar más. Ergo: cargaron las bolsas y subieron el cerro.
Está bien. Puede que a veces haya que revitalizar el ánimo de la tropa. Después de perder una batalla. En tiempos grises, cuando no pasa nada. No lo niego, y por eso la mística será un rasgo distintivo de la nueva izquierda latinoamericana. Pero de ahí a tomar al plus-esfuerzo como normativa moral…
Quedémonos, de todas formas, con esta idea de que el hombre nuevo no está en el futuro. Forjarlo en la actualidad, de algo muy parecido se hablará en las barriadas, cuando los MTD se planteen ir gestando prácticas prefigurativas. “Crear mujeres y hombres nuevos”, insistirá la Nueva Izquierda Y la cuestión de géneros no es un detalle semántico. Hay toda una “política menor” que en el nuevo milenio cobrará cada vez más fuerza dentro de los movimientos populares. Políticas que durante los 60 y los 70 no se tenían muy en cuenta. Aunque en esa época comienzan a tomar mayor impulso. En ese sentido, me parece, la incorporación del “femenino” es todo un avance en la perspectiva emancipatoria de la humanidad. Aunque a veces, así y todo, no alcance.
Pero continuemos con esto del hombre nuevo. Creo no equivocarme al sostener que  la Izquierda Autónoma ya no concibe que la producción de ideas y prácticas de nuevo tipo deban darse al interior de la vanguardia, sino más bien en las propias instancias que los hombres y mujeres que bregan por otra vida van construyendo. Así sean movimientos sociales, antaño subestimados por no ser capaces de generar una conciencia que exceda los límites de lo sindical, según señaló el Pelado Lenin. En ese sentido, podríamos decir, la nueva izquierda ve lo nuevo forjándose en medio de la vida cotidiana, con su multiplicidad de contradicciones, dificultades y problemas que ello implica. En medio de la mierda, como decíamos capítulos atrás. En nuevas herramientas, que desde el vamos cuestionarán esa división tan tajante entre lo sindical y lo político; lo espontáneo y lo organizado; lo azaroso y lo planificado. Y que se plantearán, como cuestión insoslayable de un proyecto revolucionario, politizar la cotidianidad. Allí, en la realidad que nos toca. En una sociedad regida por el auge de la sociedad del espectáculo que todo lo cosifica. Conviviendo con Marcelo Tinelli y Gran Hermano. Con la invasión de mensajes de SMS y la proliferación de propaganda por Internet; allí, abrir una grieta. Plantear algo nuevo. Otra cosa. Y que el futuro diga.




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