martes, 27 de julio de 2010

De autores y editores. Por: Fernando Stratta

A propósito del libro de Mariano Pacheco

Escribir unas líneas para presentar De Cutral-Có a Puente Pueyrredón. Genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, el trabajo de Mariano Pacheco, resulta difícil por una sencilla razón: el libro fue publicado hace poco más de dos meses y, en ese tiempo, lleva más de quince presentaciones por distintos lugares del país. Una veintena de compañeros y compañeras, docentes y militantes, arrastrados por el entusiasmo del autor por difundir el trabajo, han realizado una lectura de este libro para acompañar los pasajes más auspiciosos y discutir las tesis más descabelladas.
Mi intención, por lo tanto, es buscar un resquicio de originalidad para pensar el trabajo. En vistas a ello, el hecho de formar parte del colectivo editorial en donde se gestó el libro me permite cierto acercamiento que voy a tratar de aprovechar en estos pocos párrafos. Voy a presentar entonces el libro no como analista o lector, sino como editor.


Cómo se inventa una editorial (Manual para perdedores)

La historia de este libro data de los orígenes del proyecto editorial. Sin tomar en cuenta este dato, hay cosas que, voy a tratar de demostrar, no llegan a comprenderse.
Una noche de diciembre de 2007 un grupo de compañeros nos convocamos en una casa. No éramos más de seis, como canta Divididos, pero no estoy seguro que haya sido un día sábado. El motivo de la reunión era discutir la viabilidad de conformar un proyecto editorial. Teníamos, como antecedente, la publicación aislada de algunos libros y cartillas. En realidad –lo sabíamos de entrada– el plan consistía en convencernos de que teníamos todo lo necesario para llevar adelante una editorial (y si no lo teníamos, lo aprenderíamos en el camino).
Las objeciones de los menos optimistas, entre quienes me encontraba, consistían en lo arriesgado de la apuesta, la caída en la venta de libros de por lo menos las últimas dos décadas en el país y, finalmente, las pocas ganas de sumarse una valija de problemas. Proponíamos, en cambio, hacer una prueba piloto con algún libro (la estrategia consistía en editar un título, ganarnos un rotundo fracaso editorial y comercial, y así dar argumentos a nuestra postura). No convencimos con nuestra propuesta.
Ahí mismo nos retrucaron que ya habíamos editado algunas cosas, que había quien escribiera, quien diagramara, quien diseñara. Estaba claro, no teníamos mucha idea de lo que significaba el proyecto.
Preguntamos, entonces, qué libros pensaban que podríamos editar. Y en ese instante alguien dijo, definitivamente: “Bueno, tenemos el libro que está escribiendo Mariano sobre la historia de La Verón”. Desde ese momento, el libro de Mariano se transformó en el fantasma que recorrería nuestras reuniones a lo largo de estos años.
Comenzaba a rodar el mito, y la permanente pregunta al autor: “¿Cómo va el libro, Mariano?”. Y la respuesta de Pacheco siempre era más o menos la misma, que estoy escribiendo, que es un trabajo infernal de archivo documental, que las mudanzas, que si no tuviera que trabajar ya lo hubiese escrito cinco veces.
El saldo de aquella reunión, por si caben dudas, fue inesperado. Nos volvimos, la noche abierta a la humedad de los mosquitos, con el acuerdo de lanzar una editorial a comienzos del año siguiente. La historia del nombre iba a venir un poco después.
Nadie dijo nada en todo el viaje, más allá de alguno pronosticar una lluvia para el día siguiente. No entendíamos bien en qué momento nos habían cambiado los papeles, masticábamos en silencio el sabor pesado de la derrota. De todas formas, seguíamos seguros: no había forma que el proyecto funcionara.


Cómo se escribe un libro (Técnicas para dejar de dormir)

Alguna vez Osvaldo Soriano, a propósito de los miedos del escritor frente a la página en blanco, contaba que Antonio Dal Masetto tenía un peculiar método para la escritura. Decía el gordo Soriano que Dal Masetto anotaba en un papel los nombres de los personajes de su historia, doblaba prolijamente estos papeles hasta hacerlos un bollo y los metía en una caja de zapatos. Cuando le venían las ganas de escribir, habría la caja y al azar tomaba uno de los papelitos, que era el personaje al que le tocaba cobrar vida ese día. Quiero decir, cada uno escribe como puede o como se le da el antojo. Eso está claro.
El libro de Mariano Pacheco es la hilación de un conjunto de relatos escritos a lo largo de los últimos cuatro o cinco años. Sin embargo, esta peculiaridad –el hecho de haber sido construido en un perído de varios años, con textos escritos en diferentes momentos y contextos– no le otorga rasgos de discontinuidad. De Cutral-Có a Puente Pueyrredón no es, ni por asomo, la yuxtaposición de relatos inconexos. Evita con destreza la clasificación de “mamotreto” a la que indefectiblemente está condenado un libraco de 500 páginas. Por el contrario, el autor nos ofrece un libro multifacético y de una coherencia extravagante. Y esto se debe a que Mariano, con paciencia oriental (¿acaso tendrá que ver su antigua afición por el kendo, el arte marcial japonés?), volvió a pensar sus propios textos desde la idea de un libro. De éste libro. Y en eso Pacheco se reescribió a sí mismo para dar forma a un libro inclasificable.


Cómo leer este libro (Instrucciones para dar vuelta la página)

Mariano imita a Cortázar y escribe un libro que se puede leer de muchas maneras. Como Rayuela, este libro puede leerse de corrido o con un plan diferente. Y esto es así porque, de alguna manera, De Cutral-Có a Puente Pueyrredón es el título de varios libros apilados.
Es un libro de la historia de una parte del Movimiento de Trabajadores Desocupados y, por lo tanto, de las últimas décadas en nuestro país. Es un libro de reflexiones paridas al calor de las luchas, un libro del cual sacar conclusiones para la formación militante. Es un cuaderno de relatos literarios, con personajes (reales o de ficción) que nos recuerdan que la literatura es una forma de conocimiento. Y al mismo tiempo, es un ensayo que articula escuelas teóricas de las más diversas, de Deleuze a Guevara, de Marx a Roberto Santoro, de Borges a Sartre, de Nietzsche a Esteban Echeverría.
En definitiva, la avidez de Mariano por la lectura desprejuiciada y la amplitud de intereses sobre temas como la educación popular, las historias de militancia, la teoría política o la crítica literaria, dan forma a un trabajo que condensa la labor de una editorial que anda remando los espineles del ensayo, la narrativa, el testimonio y las imágenes.
Para quienes compartieron algunos de los momentos que narra el autor en estas páginas y para quienes vimos crecer este libro desde las entrañas, poder verlo publicado es un motivo de alegre plenitud. Pero más reconfortante aún es saber que Mariano ha escrito un libro indispensable.


Buenos Aires, Julio de 2010.

miércoles, 21 de julio de 2010

De Cutral Có... en Revista Sudestada


julio de 2010

De Cutral Có a Puente Pueyrredón.Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de Mariano Pacheco. El Colectivo-Desde el Subte editorial (2010)

Por Martín Azcurra- Revista Sudestada

Si algo tiene de particular este libro es la confluencia entre autor y protagonista. Pacheco fue partícipe de la gestación de los movimientos de trabajadores desocupados, y un activo militante en las épocas de intensidad política, tanto en los violentos choques contra el aparato represivo como en las discusiones que se daban en los galpones fríos y húmedos de las barriadas. El libro es un interesante estudio, con cantidad de datos y reflexiones, del proceso de luchas que comenzó con las puebladas de Cutral-Có a Tartagal y que tuvo su momento álgido en diciembre de 2001. En aquellos vertiginosos años, no había posibilidad de detenerse en profundos planteos teóricos; quienes sí lo hicieron fueron tal vez los que no participaban de ese proceso, o al menos no tenían grandes responsabilidades. Pacheco se da el lujo de analizar, con la “calma” de este singular momento, aquello que él vivió intensamente, sin alejarse del clima y las condiciones que hicieron a cada lucha.

Pero también, el libro da cuenta, con un valioso relato, de un múltiple proceso que tiene lugar en la construcción de una alternativa revolucionaria. Es la combinación en caliente de las voces de Juan, Nancy, Oscar y todos los que aportaron su granito de arena desde el barrio; de las decisiones a último momento de una reunión de dirigentes; de las alianzas fuertes o débiles entre organizaciones; del impacto social de una declaración del gobierno; de los movimientos de nuestras propias fuerzas en una lucha callejera; y de preguntarse una y otra vez “qué fue lo que salió mal” y “qué aprendimos de esta situación”. No es un simple estudio, es una invitación a seguir luchando.

lunes, 19 de julio de 2010

NOTAS BREVES E INCOVENIENTE SOBRE LA LEY MATRIMONIAL


Hoy somos todos putos y tortilleras
Por Mariano Pacheco -“Y que querés, si son todos putos y tortilleras. ¿Qué querés que pidan?”. “Yo soy heterosexual, pero tengo una amiga lesbiana y un familiar gay”. Frases como estas nos pueden provocar repulsión, sí, pero son muchas de las voces que han circulado en estos días. Por un lado, hemos escuchado a quienes entienden que la batalla por la aprobación de la ley de matrimonio igualitario es una lucha de quienes obtendrían el beneficio directo de aprobarse la ley, y que hoy no tienen acceso a ese derecho (también se dejan de lado en estas líneas toda la farsa de plantear el conformismo de la unión civil, una suerte de matrimonio devaluado para raros). Por el otro, hemos escuchado a quienes creen que ser progres es mostrar que no se oponen, pero aclarando rápidamente que ellos no son de esa especie.

“...La parte masculina de un hombre puede comunicar con la parte femenina de una mujer, pero también con la parte masculina de una mujer, o incluso con la parte masculina de otro hombre... Estadística o molarmente somos heterosexuales, pero personalmente homosexuales, sin saberlo o sabiéndolo, y por último somos trans-sexuados elemental o molecularmente”.

Gilles Deleuze y Félix Guattari, Anti-Edipo, capitalismo y esquizofrenia

“Y que querés, si son todos putos y tortilleras. ¿Qué querés que pidan?”. “Yo soy heterosexual, pero tengo una amiga lesbiana y un familiar gay”. Frases como estas nos pueden provocar repulsión, sí, pero son muchas de las voces que han circulado en estos días (en el mejor de los casos. Descartamos aquí todo el arrolladero de frases cavernícolas). Por un lado, hemos escuchado a quienes entienden que la batalla por la aprobación de la ley de matrimonio igualitario es una lucha de quienes obtendrían el beneficio directo de aprobarse la ley, y que hoy no tienen acceso a ese derecho (también se dejan de lado en estas líneas toda la farsa de plantear el conformismo de la unión civil, una suerte de matrimonio devaluado para raros). Por el otro, hemos escuchado a quienes creen que ser progres es mostrar que no se oponen, pero aclarando rápidamente que ellos no son de esa especie. De allí que crea necesario que esta lucha sea asumida por todos y cada uno (“todas y cada una”), de los que bregamos por un mundo distinto. O, si prefieren un lenguaje más “comprometido”, por quienes aspiramos, luchamos por revolucionar la sociedad actual (Sí: la del capital).

Claro, se puede objetar que cómo es que sectores que antagonizan contra el Estado y sus lógicas peleen porque se les reconozca derechos al interior de esa institucionalidad. Pero esa no es la discusión ahora. Por eso, tan sólo decir que exigir que se cumplan y se amplíen los derechos en el marco de las democracias controladas no implica necesariamente dejar de luchar por subvertir ese tipo de democracia.
Quisiera rescatar –metiéndonos ya en tema- algunas imágenes a partir de las cuales poder enlazar el triunfo democrático de la aprobación de la ley, con algunas batallas más imperceptibles que se han venido dando en los últimos años, no necesariamente desde la reivindicación específica. Dos de ellas fueron protagonizadas en el ya histórico Puente Pueyrredón, luego de los agitados y convulsionados días de diciembre de 2001 (qué tendrá que ver la aprobación de esta ley con el 2001 sería algo interesante para discutir. Digo, para quienes ven en aquellos días sólo el fantasma de “la crisis”, entendida esta como la peor peste que puede aquejar a una sociedad, desconociendo el carácter productivamente político de las crisis).

Una de las imágenes pertenece a un hermoso relato de Omar Cabezas, titulado La montaña es algo más que una inmensa estepa verde. Allí, en la marcha de la guerrilla, Tello -uno de los jefes del Frente Sandinista de Liberación Nacional- se enfrenta a la tropa de insurgentes amotinada que dice no poder cargar una cantidad determinada de alimentos. Tienen hambre, frío y cansancio. Tello enfurece y les dice: “Son unas mujercitas… son unos maricas…”.

Otra imagen se refiere a una tarde de 1974, cuando “los muchachos” inventaron el cantito (muy ingenioso, por cierto), que dice así: “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de las FAR y Montoneros”, en clara respuesta a los dichos de José López Rega (ministro de Bienestar Social del gobierno de Isabel Perón; jefe de la tenebrosa organización para-militar autodenominada Alianza Anticomuinista Argentina, la Triple A). Palabras con las que “El brujo” acusó a los militantes de las organizaciones armadas: “Son todos homosexuales y drogadictos”, dijo. Por supuesto, los activistas del Frente de Homosexuales por la Liberación Nacional, allí presentes, no se sintieron muy cómodos con la respuesta (está claro: se puede pensar al cantito en otra clave, una similar a cómo la plantearon quienes tomaron lo de “cabecitas negras” y en vez de ofenderse lo resignificaron. De todos modos, me quedan dudas de que esa haya sido la intención de la consigna).

Dos ejemplos. Dos recortes que dan cuenta de las dificultades que hubo en otros momentos históricos de asumir la lucha molecular, de combatir los microfascismos de manera más cotidiana. La consigna del hombre nuevo (el revolucionario como un macho combativo), no hace más que reforzar un estereotipo ridículo de lo que –se supone- se debe ser para intentar cambiar la sociedad.

Ahora, más actual, quisiera rescatar otras dos imágenes.
Una, la de un compañero (o compañera), travesti, de Florencia Varela, quien solía bailar en los cortes sobre el Puente Pueyrredón, ante el cordón de seguridad de los “piqueteros” de la Coordinadora Aníbal Verón. Allí, ante los neumáticos encendidos, pero también frente al dispositivo policial, “Argentina” –como todos la conocíamos, porque en su danzar llevaba siempre una bandera de nuestro país como superman llevaba su capa–aportaba a la lucha por mejorar las condiciones ya no de vida, sino de subsistencia, un granito de arena a la lucha por el reconocimiento de la diversidad sexual.

Otra imagen: la de las compañeras que –también en Puente Pueyrredón- comenzaron a organizar la primera Asambleas de Mujeres Desocupadas, una tarde de primavera en el año 2003. Asamblea que sirvió para que luego convocaran al Primer Encuentro de Mujeres Desocupadas, a realizarse en el Predio Recuperado Roca Negra, en Montechingolo, distrito de Lanús. Las caras que algunos varones-militantes pusieron al ver desplegarse la bandera fue increíble. Como increíble fue escuchar a muchos luchadores populares pronunciar frases como la que sigue: “¿Se van a juntar para hablar de tapers?”. Lo que muchos no vieron es que allí comenzaba a gestarse ese feminismo reflexivo, abierto, formativo y participativo; feminismo combativo, activo, en las calles y por el cambio social”, como lo definieron luego las organizadoras de esa primera asamblea y de ese primer encuentro.

Hoy, a casi una década de la insurrección del 2001, cabe preguntarse: ¿Podríamos pensar hoy en festejar la aprobación de la ley, si no se hubiesen librado tantas batallas, desde hace tantos años? Seguramente no. No es posible pensar en este avance sin el aporte consecuente de quienes comenzaron a organizar los Encuentros Nacionales de Mujeres, por citar sólo el ejemplo más contundente, más masivo y visible.
Hace un tiempito nomás, producto un poco de ese largo trajinar, surgió el Colectivo de Varones Antipatriarcales. Una novedosa iniciativa, si tenemos en cuenta que el patriarcado no sólo asigna roles determinados a la mujeres, sino que nos impone también a los varones ese modelo: qué gustos debemos tener, qué cosas podemos o no sentir, hacer, pensar. Porque el patriarcado afecta, conspira contra las construcciones que pretenden fomentar la autonomía, la democracia de base y la participación popular. Choca porque esas prácticas van a contramano del autoritarismo y las lógicas jerárquicas.

En fin: no quisiera terminar estas breves líneas, escritas a los apurones, con el deseo de intentar compartir la alegría por la ley sancionada anoche, sin rescatar unas palabras del Manifiesto de Las Lilith-feministas inconvenientes: “Nos reconocemos en las corrientes que viven, sienten y crean un feminismo latinoamericano, mestizo, desobediente, insumiso; autónomo, diverso, alegre, provocador, desafiante; creativo...: un feminismo inconveniente, que se propone como parte y aporte a una cultura emancipatoria, que rechaza tanto la normatividad heterosexual como el esencialismo biologicista. Un feminismo rebelde, nacido de los cuerpos históricamente estigmatizados, invisibilizados y/o ilegalizados, por un sistema basado en el disciplinamiento, el control, la domesticación, y el orden que garantiza su propia continuidad y reproducción / Participamos de los movimientos populares que desafían ese orden impuesto… / Muchas de nuestras agrupaciones nacieron en las convulsiones de la crisis y de las rebeldías del año 2001. Fuimos parte del estallido popular que puso límites a una manera depredadora de ejercicio del poder…”.

Somos nosotros, se pintaba luego del 19/20 de diciembre de 2001. Así es. Mujeres y hombres nuevos: eso queremos gestar. Así decimos hoy. Hemos dado un paso. La gramática impone muchas veces ciertas dificultades. Habrá que continuar creando. La incorporación del femenino al lenguaje político (aun del revolucionario), ha sido un paso importante. Habrá que ver como seguimos. Seguro que intentando romper los binarismos. Por eso, hoy, más allá de las opciones sexuales de cada quien, tenemos que decir que es una posición política asumir la bandera homosexual. Hoy, que duda cabe, somos todos gays, heterosexuales, lesbianas, transexuales... Hoy: todos somos putos y tortilleras.

miércoles, 14 de julio de 2010

Nueva presentación del libro


Ahora en Mar del Plata...

El viernes 16 de julio, desde las 20 hs. habrá Noche de libros libres con proyecciones, música en vivo, bufet y presentación de libros de la editorial en el Centro Cultural América Libre (20 de septiembre y San Martín, Mar del Plata).



Entre otros materiales, se presentarán los libros El tizón encendido. Protesta social, conflicto y territorio en la Argentina de la posdictadura, de Fernando Stratta y Marcelo Barrera y De Cutral-Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de Mariano Pacheco, con presencia de los autores.

viernes, 2 de julio de 2010

Palabras de Graciela “Viky” Daleo en la presentación del 18 de junio de 2010 en la Fac. de Filosofía y letras de UBA




Unas líneas sobre el libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de Mariano Pacheco

Hace exactamente 6 años atrás, el 18 de junio de 2004, en el Centro Cultural Tiempos Modernos, se presentaba DEL PIQUETE AL MOVIMIENTO, Parte 1: De los orígenes al 20 de diciembre de 2001, la primera parte de este libro que hoy llega hasta un acontecimiento clave de nuestro presente: el 26 de junio de 2002, Masacre de Avellaneda, asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
Por eso me atrevo a hacer algo que no puede llamarse plagio, porque son mis palabras de entonces. O sea, recortar de aquella presentación –hubo otras-, algunas preguntas, reflexiones, ideas, que seis años atrás anotaba. Es que no siempre se me ocurren cosas nuevas, y además, ¿por qué desechar todas las ya dichas? Y lo aclaro, incluso sabiendo que si alguno de los que hoy está aquí estuvo entonces, ya las habrá olvidado. Pero prefiero aclarar que no es un estreno. Sí es un “estreno” volver a leer los escritos de Mariano, aun cuando este libro de hoy incluye lo alumbrado seis años atrás.
Me preguntaba entonces por qué lo escribía Mariano. ¿Para quiénes? ¿Cómo se juntan en un actor social –los trabajadores desocupados organizados, los piqueteros, el MTD y Mariano– que a veces se nos presentan como “acción, desordenada acción”, con esta crónica política, detallada, amorosa? Que hoy, acoto, sé que es mucho más que crónica política, pero también lo es.
La genealogía que traza este libro desde una mirada política y de lucha, es una de las experiencias y de las epopeyas más importantes del pueblo argentino de fines del siglo XX y principios de éste. Es la construcción desde menos cero, desde el despojo de lo que fue uno de los ejes troncales de la cultura de varios siglos, de organización de los hombres primero, y luego de los hombres y las mujeres, en torno al eje del trabajo. El despojo del trabajo no sólo despoja de la vía para obtener recursos materiales para comer, vivir, reproducirnos, e incluso ser explotados desde la forma capitalista. Nos despojó también de un lugar de pertenencia y de un lugar y una forma de organización. Y vulneró profundamente la identidad.
Golpeada como estaba la identidad del pueblo argentino a partir de la dictadura militar, y despojado de su derecho al trabajo, de sus espacios de organización, de pertenencia y de lucha, me preguntaba muchas veces cómo íbamos a hacer para salir de esta situación, si casi no había puntos de encuentro. Creo que los trabajadores desocupados realmente mostraron otro camino cuando empezaron a juntarse, cuando empezaron a juntarse en la calle –como subraya Mariano, por eso el libro se llama “Del piquete al movimiento”–. Hubo primero un encuentro concreto en una lucha que creo que nace fundamentalmente de la desesperación, pero no de la desesperanza. Nace de la desesperación, de la necesidad, de la búsqueda de hacer algo para no seguir estando como se estaba. De APARECER para decir AQUÍ ESTAMOS, TENEMOS DERECHO A VIVIR.
Pienso que hay un encuentro en la calle, en la marcha, en el reclamo, en la exigencia de que sus derechos sean respetados. Concretan en la calle una nueva forma de aparición. Y no estoy pensando en los medios de comunicación. Estoy pensando en una aparición social, que tuvo que ver con los pies, con las manos, con el grito, con el fuego, y que eso se fue transformando en organización. Organización con saltos cualitativos en cuanto a las propuestas que fueron desarrollando y haciendo. Cómo fueron ellos, los excluidos, incluyendo a los otros, y siendo capaces de transformar lo que pretendió ser la limosna del Estado para paralizar e inmovilizar, en una herramienta de lucha.
Creo que en este transcurso que explica el libro se incorpora un nuevo elemento. No solamente organizarse, luchar, protestar y hacer, sino también escribir sobre la experiencia.
Decía Nahuel, otro compañero del Movimiento, aquella noche de Tiempos Modernos: “Significa esta instancia de empezar a decir nuestra propia palabra, que también es un paso adelante en la lucha. Es otro paso para dejar de seguir siendo uno más. No sólo uno más que se mueve, sino que se mueve y además pensamos y decimos nuestra propia palabra. Mariano pone en palabras la palabra de todo un movimiento. El cuenta las palabras de todos los desocupados que vienen luchando desde hace mucho por otra realidad, que la van construyendo. No es que va a estar allá y un día llegaremos, sino que todos los días en los barrios, en la lucha, en las discusiones, vamos construyendo esa otra realidad”.
Formo parte de la generación del 60/70. En aquellos años, mientras estábamos desarrollando nuestras genuinas, originales, viejas y nuevas experiencias de lucha, escribíamos. Escribíamos documentos para la discusión, volantes, autocríticas, evaluaciones, hasta llegamos a tener un código de justicia. Pero lo que no hacíamos en ese tiempo, porque sentíamos que la historia la estábamos haciendo en la acción, era narrar nosotros nuestra propia historia. Pasó el tiempo. La dictadura militar hizo desaparecer muchas de nuestras palabras escritas, a muchos de quienes portábamos esas palabras, a muchos de los que hicimos de las palabras compromiso y acción. Cuando volvimos a reencontrarnos durante los gobiernos constitucionales, sacándonos de a poco las capuchas que el sistema nos impuso como sociedad, como pueblo, verificamos esa gran carencia: que nuestra historia no estaba siendo narrada, escrita, por los huecos, la falta de tantos compañeros. Que los que quedábamos para narrarla éramos quienes habíamos sobrevivido, y hubo tiempos en que no lográbamos hacerlo. También estaban aquellos que aún hoy se montan, teorizan sobre ella, la exprimen, la destilan y a veces nos devuelven distorsiones y mentiras. También están aquellos que elaboran espejos en los que nos reconocemos, reconocemos a esos años, esas luchas, a los compañeros, a nuestros errores y nuestros aciertos.
Por esto con asombro veo el extraordinario valor y esfuerzo revolucionario cultural de Mariano, y en él de sus compañeros, que mientras van haciendo la historia, también la van escribiendo para que podamos aprender, debatir, compartir con ellos.
El libro de Mariano es crónica, relato, ensayo, reflexión, y seguro que un montón de cosas más, e irrumpe en el debate ideológico desde un lugar necesario: desde la acción y desde la palabra que traduce esa acción y reelabora, acción y palabra, en reflexión y análisis, y en ese sembrarnos de preguntas, sin pretender ser la respuesta.
Y vuelvo con el para quiénes escribe Mariano. Escribe para desmitificar todo lo que desde el sistema se deforma, estereotipa, caricaturiza sobre los movimientos de trabajadores desocupados. Pero voy a seguir un poco más en imaginar los interlocutores y destinatarios de este trabajo. Unos son los demonizadores de todo pelaje. Pero creo que también escribe para desarmar la fantasía de quienes sostienen que la organización surge de repente y que la lucha es como un colectivo que empieza el recorrido cuando cada uno sube y se sienta en él.
Algo que aprendí en el libro de Mariano es que el proceso de construcción de los MTD es precisamente eso: un proceso. Un proceso que tiene historia, que no arrancó cuando se tiró la primera piedra en Cutral Có, pero que de alguna manera, la primera piedra que se tiró en Cutral Có, el primer fuego que se prendió allí, tenía a la vez el aire de la continuidad de la lucha y el aire inaugural de nuevas formas de lucha. Que recogía la experiencia de los trabajadores que hacían piquetes para que no se entrara a la fábrica -cuando las había-, y que la resignificaba impidiendo ahora no la producción, sino la circulación de las mercancías, de los vehículos, de las riquezas.
Este despliegue en el libro de la historicidad de la lucha, de que los procesos llevan tiempo de acumulación, de avances y retrocesos, es algo que tenemos que cargar de forma consciente y consecuente en nuestra mochila. Si no, concluiremos que si los resultados y las victorias no son inmediatas, no vale la pena luchar. Y eso tiene que ver más con los plazos fijos que pagaban un altísimo interés a siete días, pero terminaron precipitando un gran crac de la economía argentina.
Nuestra lucha no tendrá, digo, resultados inmediatos, pero también tiene que tener resultados inmediatos. No sacrificar una proyección hacia la construcción de una sociedad más justa sólo en pos de victorias ya, pero tampoco aventurar que como el camino es tan largo, en el hoy sólo nos esperan el sacrificio y la carencia.
El nuevo libro de Mariano continúa el recorrido del de 2004, y avanza sobre las mutaciones, reformulaciones, rupturas y reencuentros que cursó el movimiento ante otros desafíos, variables actualizadas, nuevos aprendizajes que exigen reelaborar y ensayar nuevas estrategias y formas organizativas que no desprecien las anteriores, ante conflictos renovados, algunos resueltos, otros inaugurales.
Mariano hace la crónica de un proceso que va de la desaparición y la desesperación al encuentro en la calle para aparecer, exigir, organizarse para seguir apareciendo socialmente, entre los pares y ante los desaparecedores.
En esta crónica que no usa adjetivos para subrayar lo que la realidad ya subraya por demás, que no repite consignas sino que transmite los dichos y reflexiones de sus compañeros, recoge lo escrito en el papel y en los muros –y sobre todo en las conciencias-, y devuelve lo que tantas veces desaparece ante duras realidades que vivimos.
Nos devuelve prolija y sobriamente cuánto ha avanzado el pueblo argentino en su recomposición como tal en estos años. Sobre todo, cuánto ha avanzado desde el sector del que para los encasillados en esquemas menos podía esperarse. Desde los trabajadores desocupados, desde los hijos de los trabajadores desocupados.
“Nosotros representamos el movimiento –decía Nahuel seis años atrás-, el ideal en el movimiento de Trabajo, Dignidad y Cambio Social representa dignidad, justicia, igualdad, compañerismo… Darío volviendo a auxiliar al compañero a pesar de las balas. Eso es el Movimiento. Eso es lo que expresa el libro de Mariano en todas sus palabras. Es lo que expresa quien lo hace, Mariano en su militancia, y todos los compañeros con nuestra militancia. Cuando nace ese bichito de que las cosas están mal, y que es necesario cambiarlas, es una sensación inesquivable: me miro al espejo, hago el esfuerzo, sé cuál es la elección que voy a tomar, o me quedo sentado mirando tele y a la mañana cuando me voy a peinar no uso más espejo porque no me va a dar la cara para mirarme a mí mismo”.
“El Che –recordaba Mariano entonces- decía que somos lo que hacemos, pero sobre todo somos lo que hacemos para dejar de ser lo que somos, en esta lucha permanente por tratar de superarnos como seres humanos. Los piqueteros, como empezaron a decirnos años más tarde, somos un poco eso que queríamos expresar, eso que queríamos dejar de ser, que era ser los excluidos, ser los pobrecitos, ser los que mendigábamos o teníamos que pedir por favor que se nos solucionen los problemas, que eran no tener trabajo, no tener para comer, no tener vivienda, no tener acceso a satisfacer las necesidades más elementales que tenemos como seres humanos. El objetivo estratégico debe ser para nosotros la construcción de una vida que no sea una vida en los parámetros capitalistas. Por eso empezamos hoy”. Y ante la pregunta sobre cómo se pensaba la toma del poder desde el Movimiento, aclaró: “Seguramente, si alguna vez se toma el poder vamos a tener que seguir peleando por conquistar esa vida que queremos. No es que una vez alcanzado el aparato del Estado ya está, se diluyen las contradicciones”.
De las 500 páginas que hoy son el libro de Mariano, en las que incorpora los meses tan intensos que van desde diciembre de 2001 a la masacre del 26 de junio de 2002, hago anotaciones sobre puntos del recorrido que no son carteles indicadores para llegar a la meta, sino para seguir en camino siempre preguntando…
Mariano introduce reflexiones y notas que saltan sobre la crónica y el relato y amasan los innumerables cruces de variables de esos tiempos, a los que registra cómo fueron entonces, y a la vez desmenuza desde la mirada y la experiencia que los sucedió.
¿Cómo plasmar un proceso en su desarrollo “ubicándose en el momento”, “caracterizando a los otros actores” como eran entonces, o como se los veía entonces, sin que eso obture una mirada que dé cuenta del proceso posterior? El propio y el de los otros. Sin mentir ni disfrazar lo de entonces, pero siendo capaces de mirarse y mirar, insisto, desde el hoy. Y descubrir en los encuentros con los que se van forjando estas nuevas páginas, cómo los protagonistas de los mismos sucesos los recuerdan, memorizan, reviven, recrean, de distinta manera. Porque este libro es también una exploración sobre la memoria. Las memorias. Las de los compañeros. Y las de tantos que pensaron, escribieron, problematizaron en un “canon disparatado” –como dice Esteban Rodríguez en un hermoso escrito en el que habla de Mariano para presentar el libro- que mezcla a Marx, Sartre, Freud, Benjamin, Hebe de Bonafini, González Tuñon… Porque no es avaro en sus búsquedas de otras elaboraciones.
Es un recorrido que a su vez recrea lo recorrido para identificar núcleos conflictivos de “lógicas internalizadas”, dice, que “necesitamos reconstruir y superar en algunos aspectos y fortalecer en otros para ir más allá”. Cómo conjugar en la práctica los verbos coordinar, articular, organizar… Cuántos fetiches pueden construirse con apelaciones equívocas a la propia horizontalidad, al “consenso”, a la “autonomía”, hasta “democracia de base”, cuando más que líneas constitutivas de una práctica militante se erigen en la única autodefinición de un grupo.
“La importancia de la subjetividad muestra su impronta más fuerte”, dice. Los valores con los que se construyen las relaciones sociales en la cotidianidad del militante no son una cuestión menor, dice. Y le entra al papel de la educación popular. La propia concepción del militante, qué distingue al líder del referente, qué amplía en participación la adopción de la horizontalidad conjugada con una realidad que incluye distintos grados, formas, opciones de entusiasmo y compromiso puestos en la militancia. ¿Convocar a un plus esfuerzo para ir siendo hombres nuevos?, problematiza en las Notas sobre Guevara y la izquierda por venir. ¿Cuándo es estímulo y cuándo obtura la posibilidad de andar el camino porque implica una sobreexigencia que desanima? ¿Cuándo es reconocer una realidad que exige algo más de nosotros, y cuándo es una convocatoria a padecer hoy para recolectar frutos mañana?, interpela Mariano. Pero, otra vez, no nos da todas las respuestas… Sí, diría, promociona prácticas prefigurativas para que el hombre nuevo no esté en el mañana sino en la forja del actual. Incluye entonces “promocionar todo el tiempo las pasiones alegres como forma de conjurar las pasiones tristes”. Conjura para la que nos aporta un ingrediente, aprendido, vivido, problematizado en y con el tránsito del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil: la mística. Algo sobre lo que se extiende en un capítulo que nutre y también obliga al despojo de preconceptos, y en el que elige uno de los muchos significados –de diccionario y de usos del concepto-: “una esfera del conocimiento que a través de símbolos, fundamentalmente, es capaz de articular la razón con los sentimientos y las intuiciones. Los símbolos pueden ayudarnos a conocer. La mística a través de la cual se hacen presentes los deseos, los anhelos, las indignaciones”. Y entonces, nos habla de una energía que acorte la distancia en el presente y el futuro, hacerse gérmenes de la nueva sociedad en los marcos de la vieja.
Y porque estamos en junio -y aunque no lo estuviéramos-, de los miles para recrear en una mística esta noche, elijo un símbolo, que hoy es símbolo porque fue/es un hombre decisivo en la genealogía que traduce Mariano en estas páginas: Darío Santillán.